De beneficiaria a voluntaria en Fundación Casa Victoria

Notimercio
4 Min Read

Erika Guaña dedica parte de su tiempo a ayudar a los niños de escasos recursos a realizar sus tareas estudiantiles. Su labor evita que los chicos deambulen por las calles del centro de Quito.

El reloj marca las 14:00 y las puertas de madera en la calle Imbabura, de la Fundación Casa Victoria, en San Roque, se abren para recibir a 28 niños de entre seis y 12 años. 

Los pequeños aún visten los uniformes de sus unidades educativas, tienen sus mochilas, saludan entre ellos, conversan y bromean. Se forman en el patio de la amplia casa de estilo colonial formando grupos por edades y niveles de formación académica. 

Al frente de ellos están Alicia Durán Ballén, su esposo y tres voluntarios, entre ellos Erika Guaña. La joven universitaria que está a punto de titularse como economista llegó a Casa Victoria a sus ocho años. Sus papás la inscribieron para que se mantuviera ocupada realizando sus tareas escolares hasta que ellos volvieran a su casa, en San Diego, después de la jornada laboral. 

Durante cuatro años, de lunes a viernes, Erika tuvo una guía para la elaboración de sus tareas. Siempre fue buena en Matemáticas. Ella, al igual que sus otros 60 compañeros de ese tiempo, recibió una comida caliente e hizo nuevos amigos. 

A los 12 años, los chicos cumplen el máximo de su edad para estar en Casa Victoria y celebran su graduación. Érika lo hizo y 11 años después regresó al lugar de su niñez para devolver lo recibido. 

En 2023, a través de redes sociales, vio una publicación de la fundación que informaba la necesidad de contar con voluntarios. Después de la pandemia, ese tipo de colaboradores, en su mayoría extranjeros, dejaron de llegar. Eso generó una crisis. 

Érika fue voluntaria por un año y desde 2023 se desempeña como coordinadora de tareas dirigidas. Alicia Durán-Ballén cuenta que su contratación es un ganar/ganar. La joven desempeña su labor con responsabilidad, empatía, respeto y, sobre todo, voluntad. 

Antes de dirigirse a cada una de las salas donde realizarán las tareas, los niños rezan. Agradecen y piden a Dios por los suyos. Junto a Erika está Liliana Placencia, de 20 años. Es el primer día de voluntariado de la estudiante de Psicología. Llegó porque un amigo le contó la experiencia de trabajar con niños en situación de pobreza y vulnerabilidad dentro de la carrera que estudian. 

San Roque es una de las zonas donde el alcoholismo y el consumo de drogas son las principales problemáticas de las familias que, principalmente, se dedican al comercio formal e informal. 

Evitar que los niños jueguen o deambulen por las calles de este sector conflictivo de Quito hizo que, en 2001, Alicia buscara financiamiento para comprar la casa y transformarla en una fundación que trabaja por el bienestar emocional, académico y espiritual de los niños del barrio. 

Desde su inicio hasta la actualidad, más de 4 000 voluntarios han pasado por sus estancias, contribuyendo con su tiempo, energía y pasión al trabajo de la fundación. 

Para los voluntarios, la experiencia va más allá de simplemente ofrecer su ayuda. Es la oportunidad de sumergirse en la vida cotidiana de uno de los sectores menos privilegiados de Quito, experimentando la convivencia en comunidad y contribuyendo al bienestar de aquellos que más lo necesitan.

Amanda Granda/ Notimercio

TAGGED:
Share This Article
No hay comentarios