MARÍA JOSÉ CUENCA/NOTIMERCIO
El Finch Bay, en las Galápagos, es un hotel reconocido a nivel internacional por los Word Travel Awards por su belleza, compromiso con el ambiente y la calidad del servicio. La atención es personalizada y lo sientes al llegar a la isla.

Hospedarse en el Finch Bay Galápagos Hotel es una experiencia que fusiona comodidad con la belleza natural del archipiélago.
Ubicado en la costa de la isla Santa Cruz, el hotel brinda acceso directo a la playa y cuenta con habitaciones que ofrecen vista al mar o a su jardín nativo de cactus y rocas de lava.
En su restaurante sirven platos frescos elaborados con ingredientes de su huerta y de productores locales, como Cecilia Guerrero, una quiteña que vive 45 años en las Galápagos y tiene una granja ecofriendly.
Saber que los ingredientes son orgánicos y que el Finch Bay apoya a la conservación del ambiente al utilizar energías renovables, me da tranquilidad de que lo que consumo es saludable y sostenible.
Tengo la oportunidad de participar en actividades al aire libre, una de esas es la visita a la granja de Cecilia. Ella me saluda con un beso en la mejilla. Lleva puesta una camisa de manga verde, pantalones deportivos negros y botas de caucho amarillas, las puntas de los dedos de sus manos comparten el mismo color, un tinte que deja la cúrcuma al ser manipulada.
Mientras los gallos cantan, los cerdos gruñen y la humedad se adhiere a mi piel y se refleja en mi cabello al esponjarse, Cecilia comienza a contarme su historia en Darwin’s Ecogarden, en Isla Santa Cruz.

Llegó a las Islas Galápagos a los 12 años, a bordo del barco Lina A de Metropolitan Touring. Fue amor a primera vista, las islas la conquistaron con su magia. Desde entonces, soñaba con regresar y así lo hizo.
Toda su vida ha estado rodeada de plantas. A los 20 años se convirtió en profesora de ciencias naturales y, poco después, en directora.
Conoció a Segundo Ballesteros, un galapagueño agricultor que le transmitió su conocimiento sobre la tierra. Juntos sembraron sus primeras plantas y construyeron un proyecto de vida en las Galápagos.
La vida, sin embargo, les reservó desafíos. Segundo, siempre saludable y enemigo de los químicos, fue diagnosticado con leucemia. Dos años difíciles que marcaron a la familia, pero también fue un punto de inflexión para Cecilia y sus tres hijos, Javier, Denis y Andrés que, a partir de entonces, comenzaron a ser más conscientes de lo que consumían y continuaron con el legado de Segundo.
Cecilia lidera una finca de tres hectáreas, donde media hectárea es un bosque que ella llama “el pulmón de la finca”.
Mientras la recorremos me ofrece una flor de mastuerzo, es anaranjada, tiene gotitas por la llovizna que cayó momentos antes.
La pruebo, es un poco dulce, pica, pero es tolerable. Entre el resto de las plantas comestibles que están a mi alrededor veo begonias, albahaca, geranios, cilantro, hinojo, cinco pasos más allá observo ajíes de color rojo, amarillo y violeta (?!).
El recorrido continúa por la menta, hierbaluisa, hierbabuena, cacao, café, coco, carambolas, dulces y esponjosas guabas que con gran habilidad cosecha Cecilia.
Cada uno de estos productos es cultivado con mucho cariño y cuidado por ella, luego se venden a colonos, barcos y hoteles, donde se convierten en ingredientes esenciales que realzan el sabor y decoran comidas, bebidas y postres.
Otra de las experiencias mágicas que ofrece Finch Bay es navegar en el Yate Sea Lion rumbo a la Isla Santa Fe. Al aterrizar en la playa de arena blanca me encontré con harenes de leones marinos, los machos emiten un fuerte sonido para establecer y defender su territorio.
Al caminar por la isla observo el paisaje árido y unos nopales gigantes, sus troncos son gruesos como los de un árbol. A la espera de que caiga una parte del nopal, están las iguanas terrestres de Santa Fe. Estas iguanas, de cuerpo robusto y color que oscila entre el gris claro y los tonos amarillentos, son difíciles de avistar, ya que su camuflaje les permite mezclarse con el entorno.

Después de una calurosa caminata no hay nada más tentador que sumergirse en las prístinas aguas de la bahía, un lugar perfecto para practicar snorkel y maravillarse con la diversidad de la vida marina.
Allí, los curiosos lobos marinos se acercan sin temor, mientras que las tortugas marinas, son tímidas y permanecen alejadas.
Rodeada de tanta belleza pienso que este es el lugar del que no quiero marcharme.