VIOLETA MOREL / PARA NOTIMERCIO
Compartir fantasías sexuales con tu pareja puede ser un tema delicado, pero también puede ser una forma poderosa de fortalecer la conexión emocional y disfrutar de una intimidad más profunda y emocionante.
No existe el momento adecuado cuando se trata de hablar sobre las fantasías sexuales. Estos diálogos son espontáneos, lo que lo hace más interesante. Una noche, entre besos húmedos, solo salió, “¿cuáles son tus fantasías sexuales?”. Mi novio se desconcertó.
Hay que escoger bien las respuestas, sobre todo porque los gustos y deseos son muy íntimos y la otra persona podría no entender. “No te puedo contar todo”, me dijo. Me abrazó y los besos se intensificaron. “Estar en una piscina, en el último piso de un edificio alto, no importa que ha ya gente”, relató mientras seguía con las caricias.
Las imágenes se iban mostrando en mi cabeza. Describía otros lugares, igual con agua. Fueron ideas que me encantaron. Hasta que mencionó una de las fantasías más recurrentes en los hombres: un trío con dos mujeres. No fue sorpresa para mí, pero no lo haría. La idea de ver a mi novio besando y acariciando a otra mujer no cuadra en mi cabeza, por más liberal que me considere.
¿Estarían los hombres dispuestos a vivir la misma experiencia, pero dos hombres y una mujer? La negativa es inmediata.
Una cosa es la fantasía, el imaginario y lo que hemos visto en el porno que nos hace desear esas experiencias, que a veces son acrobáticas, imposibles para una mortal como yo que ya acaricio los 40 años y tengo dolor crónico de espalda. Cumplir las fantasías de un hombre puede ser intimidante. Lo ha sido para mí porque, como casi todas las mujeres de mi edad, estoy insegura de mi cuerpo. Desde que era adolescente, mi mamá, las revistas, la televisión pusieron varas inalcanzables sobre cómo debía ser mi cuerpo, el tamaño de mis piernas, mi cintura, los brazos y sobre todo el abdomen. Entonces un día llega una persona y te conviertes en parte de sus fantasías, es un poco abrumador.
Un día estábamos en un centro comercial y entramos a una tienda de ropa interior. Yo solo buscaba unos panties. Después estaba en el vestidor y me puse tres baby dolls y un brasier que me pidió mi novio que me probara y le dejara ver. La vendedora estaba más emocionada que yo. Mi novio lo disimuló muy bien, pero al salir me tomó de la cadera y me susurró que le encantó, entre otras cosas.
“Te compré algo, ¿podrías desfilar para mí?”. Eso ya suena más agradable y se concede con entusiasmo. Yo me miro al espejo antes de salir a mi íntima pasarela y es inevitable pensar que no me veo bien, que nada me queda. Pero al salir veo que le encanta y le excita. Me relajo y solo me dejo llevar, porque estoy en mi lugar seguro.
Los deseos y la creatividad disparan las fantasías que no sabías cómo decirlas. Yo quería incorporar a mi vibrador y juntarlos. Es difícil identificar cómo se sienten los hombres con los juguetes sexuales de las mujeres. No sabía si le iba a molestar u ofender. Hasta que un día me pidió que se lo presentara. Aunque siempre me he sentido orgullosa de él, estaba un poco tímida, a lo que mi novio me preguntó “¿cuándo lo usamos?”. “Ahorita si quieres”, respondí emocionada.
Cumplir nuestras fantasías sexuales ha sido más que emocionante; ha sido una travesía hacia un nivel de intimidad y conexión que nunca imaginé.
No se trata solo de recrear escenas que podrías ver en una pantalla, sino de descubrir cómo el deseo y la creatividad pueden llevarnos al clímax en la cotidianidad, en un simple gesto o en un momento compartido. Porque, al final, las fantasías más profundas no son solo actos, son emociones: sentirnos deseados, libres y profundamente conectados con quien amamos.