FERNANDO LÓPEZ MILÁN/PARA NOTIMERCIO
Las elecciones presidenciales no son solo una competencia entre candidatos. Son también una competencia entre valores, entre las ideas sobre los bienes que un gobierno debe proteger y lo que es aceptable que un gobierno haga para proteger esos bienes.
Qué es lo que un gobernante se puede permitir hacer para gobernar y qué es lo que los votantes están dispuestos a aceptar que haga son elementos centrales de la disputa entre los candidatos a la presidencia de la República y de las motivaciones de los electores para votar.
Los límites entre los que se mueven unos y otros son una manifestación de la salud democrática de un país y un indicador de la gravedad de sus problemas. De hecho, mientras más apremiante es la situación de una sociedad, más elásticos son los límites que electores y posibles gobernantes están dispuestos a aceptar. A este ensanchamiento de los límites contribuye, también, la causa a la que se dice servir.
Y la historia nos brinda numerosos ejemplos del uso de esta como justificación de los peores crímenes.
Si un candidato a la presidencia de la República defiende la dictadura de Nicolás Maduro, en Venezuela, nos está diciendo con eso que, por el bien de la causa, un gobernante puede ir más allá de los límites de la democracia, o, dicho de otro modo, que, para él, las reglas de la democracia no son un límite, pues más importante que esta es su causa particular.
Nicolás Maduro, el candidato que defiende su dictadura y el que vota por su defensor comparten los mismos valores. Y estos, claramente, no son los valores democráticos ni republicanos.
Optar por unos valores implica, al mismo tiempo, optar por los medios para lograr que estos se transformen en experiencia vívida. Y en una democracia regida por los principios del Estado de derecho el uso de medios malos para conseguir fines buenos está vedado, pues, cuando esto se permite, el régimen político que lo ha permitido deja ya de ser una democracia.
La cuestión se complica aún más si, como es usual, y creo que esto lo dijo Isaiah Berlin, la vigencia plena de un valor puede significar el menoscabo de otro. Garantizar un mayor nivel de seguridad ciudadana, por ejemplo, puede implicar una disminución de nuestras libertades, tal y como suele suceder en los estados de excepción, donde es frecuente limitar el derecho a reunirse, a movilizarse dentro del país o a la inviolabilidad del domicilio.
La decisión electoral no es solo política, sino, también, ética, y es un retrato moral del país. Ahí se expresa lo que, para nosotros, es válido y deseable, y, sobre todo, los límites dentro de los cuales se debe desarrollar la convivencia y ejercer el poder.
La segunda vuelta electoral se acerca y cuando llegue al fin el momento de depositar nuestro voto, más que elegir un candidato de entre los dos que se disputan la presidencia de la República estaremos eligiendo los valores que estos representan. El problema es delicado, pues podría ocurrir que los valores que elijamos nos conduzcan a negar la democracia y sus principios esenciales.