David Lynch: más allá del sueño americano

Notimercio
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ESTEBAN PONCE TARRÉ / PARA NOTIMERCIO

A los once años, El hombre elefante, filme de 1980 dirigido por David Lynch, me abrió los ojos a la complejidad del mundo. El director estadounidense, con su destreza visual y narrativa, creó una obra maestra que me marcó profundamente. Su historia introduce a un universo de contrastes: la deformidad física y la belleza del alma, la crueldad de las personas y la capacidad del hombre para amar. Con el tiempo descubrí que me había puesto frente al cosmos de uno de los realizadores más trascendentes de la historia del séptimo arte. 

En ese largometraje, la empatía de un artista total como Lynch, pintor, músico y cineasta, permitió visibilizar la lucha de John Merrick, un inglés del siglo XIX que a pesar de sufrir el síndrome de Proteus, defendió incansablemente su dignidad como ser humano. En el relato, la sensibilidad del montanés se unió al arte de Francis Bacon, uno de los pintores más notables del siglo XX. 

Al igual que el dublinés, el director, a través de un estilo neofigurativo, exploró las sombras del alma. De ahí que los fotogramas de sus películas se asemejen tanto a los cuadros del anglo irlandés, donde los cuerpos deformes y las caras desfiguradas representan la angustia existencial y los conflictos internos de los seres humanos.  

En Blue Velvet, la magistral película de 1986, Lynch continuará ahondando en estos temas, rastreando la coexistencia del bien y el mal en la naturaleza de los hombres a través de un pequeño pueblo que funciona como un microcosmos de la sociedad norteamericana. En la narración se establece una interconexión entre el erotismo y la violencia, revelando una atmósfera de perversión y decadencia latente en los rincones de una comunidad aparentemente idílica. 

Más aún, en 1990, con Wild At Heart, el realizador invitó a las audiencias a un éxodo sicodélico y grotesco que reinterpreta la clásica fábula del Mago de Oz. Sin embargo, donde Oz ofrecía un mundo de fantasía colorida, el creador sumergió al espectador en un universo oscuro y onírico, indagando en la fragmentación de la identidad de una pareja de jóvenes que realizan un viaje que los desfigura y transforma. 

Aunque queda mucho por apuntar de su legado, Lynch en su constante deconstrucción del sueño americano, posiblemente encontrará en Mulholland Drive (2001) la cúspide de su arte, influenciado una vez más por la maestría simbólica y siniestra de Francis Bacon. En esta película el autor retrató, inconscientemente, a Hollywood como lo que es: una fábrica de sueños, pero también de pesadillas. De esta manera, la muerte del genio de Montana deja un vacío insondable en el universo de aquellos que crecimos explorando e interpretando sus mundos extraños y enigmáticos.

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