El chuchaqui, ese sufrimiento tan ecuatoriano, causado por la deshidratación, la inflamación y la acumulación de toxinas del alcohol en el cuerpo tiene un alivio cuando se suda entre sábanas.
El reloj marca las 11:00 y mi cabeza late como si tuviera una banda de punk tocando en mi cerebro. La luz que entra por las rendijas de las cortinas de mi habitación es un cuchillo que atraviesa mis ojos. Estoy en el pico del chuchaqui: seca, mareada, muy arrepentida y con el sabor del alcohol aún en mi paladar. Es en ese momento, mientras me debato entre vomitar, fumar o seguir acostada, me acuerdo de una pregunta que despertó el debate entre mis amigos y amigas la noche anterior: ¿Será que, el sexo cura el chuchaqui?
Con más curiosidad que energía, me lanzo a la tarea. Antes de levantarme de la cama, busco respuestas en Google. Los resultados no son alentadores. Encuentro estudios médicos que me explican que el chuchaqui, ese sufrimiento tan ecuatoriano, es causado por la deshidratación, la inflamación y la acumulación de toxinas del alcohol en el cuerpo. Ningún sitio serio menciona el sexo como antídoto, pero en foros y artículos ligeros hay quienes defienden que sudar bajo las sábanas puede ser un alivio milagroso.
Y aquí hago una pausa para poner a prueba la teoría y aplicar el periodismo de inmersión. Mi pareja, entre risas, accede al experimento. “Por la ciencia”, le digo, aunque mi aliento huele a un cóctel de alcoholes baratos. Nos acercamos, torpemente, entre risas nerviosas y un par de quejidos por mi cabeza palpitante. La verdad es que al principio todo parece una mala idea. Mi cuerpo está tan seco como el desierto de Atacama, y cualquier movimiento brusco amenaza con disparar un nuevo tamborazo en mi cerebro. Pero a medida que avanzamos, algo empieza a cambiar.
El ritmo lento y pausado con el que comenzamos se convierte en algo más dinámico. La conexión entre nosotros, amplificada por la risa y la incomodidad inicial, se siente extrañamente renovadora. Y aunque no desaparece del todo la sensación de estar en una tormenta interna, lo admito: hay un momento de alivio. Mi mente, tan enfocada en los estímulos del presente, se olvida por unos minutos de la resaca.
Cuando finalmente ambos nos detenemos, empapados de sudor, pero sin haber llegado al clímax, respiro profundo. Mis músculos están más relajados, mi humor mejora y, aunque el dolor de cabeza persiste, ya no lo siento tan opresivo. Me levanto con algo de torpeza, pero con la suficiente energía como para ir por un vaso de agua.
Con el cuerpo algo menos golpeado y la mente más despejada, me pongo a reflexionar. ¿Es realmente el sexo un remedio para el chuchaqui? Médicamente, no hay pruebas contundentes. El sexo no puede rehidratarte ni eliminar las toxinas de tu cuerpo. Pero algo es cierto: libera endorfinas, esas hormonas que hacen que todo parezca menos terrible. Además, el esfuerzo físico, aunque leve, puede ayudar a despejar el letargo que suele acompañar a una buena borrachera.
Al final, mi pequeño experimento no me da respuestas científicas definitivas, pero sí una certeza personal: el sexo no es la cura mágica que promete borrar el chuchaqui, pero puede ser un bálsamo para el espíritu cuando te sientes en el punto más bajo de la resaca. Y si no funciona, siempre puedes reírte del intento y buscar otro remedio… quizás un encebollado, con una, una cerveza fría, este remedio popular que nunca falla.
Mientras termino de escribir estas líneas, mi pareja me lanza una mirada divertida desde el otro lado de la sala. “¿Y entonces, qué concluiste?”, me pregunta. Me río y le digo: “Que tenemos que seguir investigando hasta llegar al clímax y ahí sí saber si nos curamos o no el chuchaqui”.
Amanda Granda/Notimercio