BRISTOL, LA BOTICA MÁS ORIGINAL Y LEGENDARIA DEL ECUADOR

Eliana Betancourt
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Bristol es una distribuidora mayorista de medicinas y productos con registro sanitario.

Rubén Darío Buitrón/DIRECTOR DE NOTIMERCIO

Por primera vez en sus 83 años desde su fundación, la icónica botica de Riobamba y una de las más importantes del país, abrió sus puertas a la prensa para contar su historia.

«Todas las farmacias venden medicinas. Yo no. Bristol es una botica que prepara sus propias fórmulas». Lo dice Daniel Rivas, miembro de la tercera generación de una familia que desde 1942 sirve a Riobamba, a la provincia de Chimborazo y al país.

Con su barba de estilo griego y su manera informal, amable y abierta para dejarnos conocer una de las boticas más importantes del Ecuador, el gerente de Bristol nos transporta no solo por las míticas instalaciones de las distintas áreas de su empresa, sino por la historia, la identidad, las costumbres y la relación íntima con la vida de la gente. 

Abuelos, padres e hijos riobambeños mantienen en sus recuerdos y en sus momentos decisivos donde toca tomar decisiones sobre distintos males y enfermedades que solo la Bristol ha podido encontrar soluciones.

«Un recuerdo que está atado a la botica Bristol – dice Martha Muñoz, de 65 años – es todo lo que significa para la salud de muchos riobambeños. Ahí se realizaban los preparados, los ungüentos para aliviar los dolores. En el país, el sistema de salud público ha sido de difícil acceso y las personas iban a la Bristol en busca de los remedios precisos y baratos para curarse sus dolencias».

Mientras paseamos por el tradicional parque Sucre, ubicado frente a la majestuosa y patrimonial casa de dos pisos donde funciona la botica Bristol, Martha me cuenta que la salud de miles de miles de riobambeños ha estado en manos de esta institución.

«Aquí realizan ciertos preparados y ciertas fórmulas únicas y originales. Hay concentrados para aliviar la bronquitis, los resfriados y los dolores musculares. Tiene tantos productos que la oferta es infinita: hay fórmulas para atenuar los efectos de la artritis como las hay para mantener la piel sin manchas o para cuidar las pestañas».

En la memoria de Martha, desde que era niña, están los reconstituyentes. «Era como una magia – comenta con una sonrisa -. La gente compraba para recuperar a las personas que habían pasado por una cirugía, que estaban en proceso de mejora luego de una larga enfermedad o para los niños que se alimentaban mal o que pasaban por algún malestar físico y hasta emocional».

Martha me pide que no le pregunte de qué estaba hecho el reconstituyente. Y tiene dos razones: una, que eso no importaba, porque era la solución a la enfermedad y al malestar. Dos, que es tan fuerte la confianza en Bristol que no es necesario saberlo.

Y, sí. Bristol es uno de los símbolos de Riobamba, al igual que las palanquetas de La Vienesa, la mortadela de La Ibérica, los helados de San Francisco e, incluso, el santiguarse cuando la gente pasa por las iglesias de El Señor de la Justicia o el Señor del Buen Suceso, que es el patrono de la ciudad. Curarse en la Bristol es parte de la tradición y la identidad de la gente, que ve en la botica una parte esencial de quién es el ciudadano riobambeño y cuáles son sus raíces.

LA HISTORIA POR DENTRO

Daniel Rivas se entusiasma mientras nos guía en el recorrido por las instalaciones de la botica. «Todo lo que sale de aquí es por el bien de la comunidad», comenta con orgullo cuando nos invita a entrar a los laboratorios y demuestra la pulcritud, la limpieza y las formas impecables no solo de los trabajadores y de los instrumentos, sino de las paredes, de los pisos, de cada espacio de esta casa de dos pisos envuelta en historia, en leyendas, en anécdotas, en la certeza de que sin Bristol la vida de los riobambeños hubiera sido diferente.

Respetar el legado de sus abuelos y de sus padres no fue fácil para Daniel. No tenía entre sus planes de vida tomar el mando de la empresa, pero la vida se encargó de decirle que ese era su destino.

Hubo un hecho clave que definió su vida: un día se le acercó una señora que tenía graves problemas con sus rodillas y que no podía caminar. Le contó que, a pesar de esa condición, las atenciones, los preparados y las fórmulas que la familia Rivas le daba le habían salvado de que su situación empeorara. Y le dijo que esperaba que alguien con el corazón y el sentido humanitario de él siguiera la tradición y mantuviera viva a la única botica en la que ella confiaba para mantenerse viva.

Fue decisivo. Daniel, conmovido, se vio a sí mismo como alguien que no podía evadir la responsabilidad de continuar con una empresa que hace tiempo ya no era de los Rivas, sino de Riobamba.

Bristol funcionaba desde 1942 y no era posible – no es posible – ni siquiera pensar que se pudiera vender a otra empresa o, peor, que se cerrara. Hubiera sido una suerte de traición a los riobambeños y a la salud de la comunidad.

Así, desde que tomó las riendas de la botica, Daniel se revistió de lo que había heredado: la ética para manejar una gigantesca responsabilidad con la comunidad y una forma única de ser. Por eso dice que aquí, en la Bristol, «solo hacemos dos cosas: enseñar a la gente a que no se enferme y regalar abrazos». 

Así nos recibió cuando llegamos a visitarlo. Con un cálido y sincero abrazo. Y durante más de tres horas no solo nos abrió los brazos, sino su corazón, sus sueños, sus proyectos, sus momentos más importantes de su vida personal, familiar e institucional.

Cuando era niño tenía sentimientos encontrados: sentía una especie de celos de la botica porque sus padres le dedicaban todo el tiempo a Bristol y a sus clientes, pero poco a sus hijos. Ahora es distinto: una vez que comprende el sentido de un trabajo que tiene características sociales, humanitarias y altruistas, la memoria infantil es de olfatos y sonidos: el olor de los extractos y los compuestos para fabricar los productos y el ruido musical y persistente de la caja registradora.

Hoy es el propietario único de Bristol luego de que comprara las acciones sus tres hermanos (ninguno vive en Riobamba). Y está orgulloso de lo que hace y de su vida. Tiene cuatro hijos (al llegar de la escuela, dos niñas corren a abrazarlo y estremecen de cariño la casa). 

Sus clientes lo admiran. Lola Monge, estilista, se define así. «Yo soy toda Bristol». Ella habla de «el concepto Bristol» mientras comenta la relevancia que tiene la botica para su negocio de belleza femenina, el conocido «Lolalashes».

Doryan Jara es otro amigo, cliente y creyente. Esta botica es patrimonio riobambeño, comenta con orgullo. Y recuerda que cuando era futbolista del club Star el linimento de la Bristol era indispensable para atenuar los golpes y torceduras que dejaba el deporte.

Pero esta historia no puede terminar sin mencionar a una persona trascendente en la vida de Daniel y en la vigencia de botica Bristol: se trata de Vivian Salas, su esposa y el eje central de la empresa. Ella es costarricense y conoció a Daniel en Honduras, cuando estudiaron en el Zamorano. El amor es la esencia de todo lo que hacemos, me dice Vivian. Y se nota. Trabajan juntos, están en contacto todo el día y, sin embargo, sus gestos de afecto y admiración laten por toda la casa patrimonial que se construyó en 1906 y que, como Jhonny Walker, sigue tan campante…

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