Así escribí mi novela, al filo del vinilo…

PAULINA NARVÁEZ, ESCRITORA/PARA NOTIMERCIO 

Creo en los cuentos comunes, en los relatos cotidianos que se escriben día a día sin que nos demos cuenta. Creo en la importancia de mirar al otro de verdad, de escuchar en silencio, de encontrar unas manos que nos rescaten sin hacer ruido, sin perderme en el escándalo enfermo que confunde. Creo en desnudar la arrogancia con una simple mirada, en tener la habilidad de encontrar en cada detalle la belleza de una historia oculta. Creo en la necesidad de no deslumbrarme con los que más gritan, ni en perderme con los que más se crecen. Creo en la bondad de quienes no me conocen y en el murmullo de aquellos espíritus que advierten con sus cadenas. Y le tengo pánico a esa oscuridad que se disfraza de buenos augurios y se confunde entre las palabras dulces de quien sólo te ve detrás de las columnas.

El miedo siempre susurra mi espalda. La piel se despierta, reacciona y sabe que un acecho constante vigila mis pasos y deja en evidencia la sensación de nunca estar sola.

Un sutil frío acaricia mi oído y descubre un silbido lejano pero constante que busca contar una historia que se mueve entre este universo y el otro, uno que no conozco, uno que se llena con el vaivén de las almas rotas que estiran sus manos para alcanzarme, para dejarme claro que hay una ruta que es mejor no regresar a ver, un camino que prohíbe su paso pero que a la vez me seduce con la tenue luz de unas velas gastadas que me repiten una y otra vez que no debemos rebasar, porque de lo contrario habrá un consecuencia, una respuesta que nos empuja hasta el final de un abismo desconocido.

Mientras escribo esta novela, miro las paredes abrirse, miro las hendijas romperse y descubro unos pequeños ojos que gritan con desesperación que los salve. No conozco otra manera de hacerlo que no sea a través de las palabras, unas que abrazan su tristeza para que pueda soltarse y descubrir un hemisferio que le permita respirar un poco más antes de que se apague su luz, esa que la aruñó desde que llegó a la vida.

Escribí mi novela acompañada de las notas de un vinilo negro, un disco añejo que se cubrió con el polvo de los años, un acetato con una voz de terciopelo guardada en un baúl con unas líneas sonoras que me dieron el ritmo, que me recordaron que en una historia siempre existen dos lados, que sino vemos más allá de lo que tenemos en frente, corremos el peligro de chocarnos y repetirnos una y otra vez, hasta rayar la mente, las ideas y los recuerdos por siempre.

Escribí “Al Filo del Vinilo” con el pavor besándome la nuca, con las ganas de compartir los escalofríos de una historia común que huele a humo, a dulce, a olvido; que arrastra cadenas y nos recuerda que el hoyo del sigilo eterno está cerca, muy cerca.