“Hay que crear guerrillas intelectuales para salvar al país«
“Tenemos que formar células con ciudadanos inteligentes, críticos y reflexivos para combatir a los corruptos, sacarlos del país y refundar el Ecuador”.
Lo dice enérgico, sentado en su silla de ruedas con tubos azules, con la mirada amable o el ceño fruncido, según el tema que esté tratando. Estamos en la sala de su casa de dos pisos, la misma casa donde vive hace décadas, en las calles Tamayo y Wilson.
Crear guerrillas intelectuales para salvar al país, insiste. Me mira con sus ojos azules, aún jóvenes y limpios, aunque está a punto de cumplir 96 años. “¿Sabes qué? Como ya mismo me muero, puedo hablar sin responsabilidad. Y puedo decir lo que quiero decir, sin silencio alguno”.
Qué país de mierda que nos están dejando, susurra. O que estamos dejando, mejor. Me cuenta que hace rato está así, un poco incómodo, entre la silla de ruedas con tubos azules y el andador de aluminio. Tuvo un accidente grave. Se cayó y se le rompió el fémur de su pierna izquierda.
Pero -aclara-, en lo demás estoy bien. Y sí. Está bien. Es el mismo Simón Espinosa de hace cinco, diez, veinte, treinta años. Desde que lo conocí. Desde que fuimos compañeros en algunos medios. Siempre lúcido. Siempre agudo. Siempre crítico y rebelde.
Mientras bebemos un poco de café en dos pequeñas tazas de cerámica pintadas de negro mate, le hablo de la corrupción que ha permeado todas las instituciones e instancias sociales y políticas del país.
Él sostiene su taza con sus manos de dedos largos, como queriendo aprisionar el calor de la bebida en esta mañana fría, y me responde que hay que luchar con todas las herramientas de la inteligencia y de la indignación.
De ese tipo de guerrillas habla. De grupos conscientes, decididos a dejar a un lado sus redes sociales y empezar a encender fuegos por toda la ciudad (esta ciudad valiente que fue capaz de derrocar a Bucaram y a Lucio, esta misma que ahora se limita a escribir tuits, mandar a la mierda a todos y a todo y a todos y creer que eso es ejercer ciudadanía).
Lleva su mismo estilo de lentes de aumento con marcos de carey, su peinado de cabello blanco y escaso tirado hacia la derecha de su cabeza, su reloj grueso e implacable.
Es que, si me preguntas qué debemos hacer los ciudadanos, ¿qué más podemos hacer? Crear guerrillas intelectuales que se vayan multiplicando por todo el país, guerrillas donde se discuta, se debata, se reflexione, se piense, se organicen grupos para educar a los pobres, a los indígenas marginados, a la gente sin educación. Solo de ahí puede salir el cambio. Solo de ahí…
Viste una chompa de lana, un pantalón de pijama a cuadros, unos zapatos de cuero color café. Y medita en voz alta mientras sus ojos me miran con un gesto de no me preguntes, hagámoslo.
¿Qué hacemos, Simón? “Indignarnos, juntarnos, salir a las calles, exigir castigo”.
Entiende que el combate será desigual. Ciudadanos intelectuales contra el poder armado del narcotráfico. Gente pensante intentando desarmar la gruesa telaraña tejida, dice él, desde la Constitución de Montecristi, que es la madre de todas las corrupciones. Oye bien, me dice con uno de sus dedos índices apuntando a mi libreta: “La madre de todas las corrupciones”.
Entiende que decir esto, y decirlo así, le traerá críticas e, incluso, ataques. Pero, igual, insiste: esa Constitución de Montecristi, la que decían que estaba hecha para gobernar 300 años, es la que dio exceso de poder a los jueces, la que sacó a los gringos de la base de Manta mientras permitió que las FARC tuvieran un santuario con Raúl Reyes en la frontera.
Rubén Darío Buitrón