Pirro es tu nombre, Daniel Noboa

DAVID ANTONIO NORERO/ PARA NOTIMERCIO En la batalla de Ásculo, el ejército del valiente Pirro derrotó a los romanos, pero a un costo tan alto que, cuando sus aliados de la Magna Grecia lo felicitaron, soltó la célebre frase: “Otra victoria como esta y estaré vencido”.Pirro de Epiro, el legendario y valeroso general griego, supo lo que significaba la extraña dicotomía de perder ganando. Desde entonces, su nombre quedó marcado en la historia como el emblema de las victorias que destruyen a sus propios vencedores. El domingo 9 de febrero del 2025, pareció que había ganado el presidente-candidato Daniel Noboa.Lideró la votación, quedó a las puertas de una primera vuelta soñada y, por unas horas, se permitió creer que todo estaba resuelto. Pero su triunfo, como el de Pirro, llegó con una factura demasiado alta. Y esa falsa ilusión se convirtió en una terrible realidad cuando el escrutinio oficial avanzó y la aritmética electoral impuso su veredicto: Noboa no ganó, solo pasó primero. Y con un escasísimo margen sobre Lusa González. La incertidumbre fue el destino que no pudo sellar y dejó a sus entusiastas seguidores esperándolo para la fiesta de la victoria que nunca llegó.Y ahí, en su ausencia, se consumó su primera gran derrota. Porque mientras el presidente-candidato se sumergía en el duelo de la victoria incompleta, en la incertidumbre de un destino que no pudo sellar, Luisa González se levantó con una certeza innegable: ella, la que “perdió”, es quien ahora marca la agenda. No necesitó gritar …

DAVID ANTONIO NORERO/ PARA NOTIMERCIO

En la batalla de Ásculo, el ejército del valiente Pirro derrotó a los romanos, pero a un costo tan alto que, cuando sus aliados de la Magna Grecia lo felicitaron, soltó la célebre frase: “Otra victoria como esta y estaré vencido”.

Pirro de Epiro, el legendario y valeroso general griego, supo lo que significaba la extraña dicotomía de perder ganando. Desde entonces, su nombre quedó marcado en la historia como el emblema de las victorias que destruyen a sus propios vencedores. El domingo 9 de febrero del 2025, pareció que había ganado el presidente-candidato Daniel Noboa.

Lideró la votación, quedó a las puertas de una primera vuelta soñada y, por unas horas, se permitió creer que todo estaba resuelto. Pero su triunfo, como el de Pirro, llegó con una factura demasiado alta. Y esa falsa ilusión se convirtió en una terrible realidad cuando el escrutinio oficial avanzó y la aritmética electoral impuso su veredicto: Noboa no ganó, solo pasó primero. Y con un escasísimo margen sobre Lusa González. La incertidumbre fue el destino que no pudo sellar y dejó a sus entusiastas seguidores esperándolo para la fiesta de la victoria que nunca llegó.

Y ahí, en su ausencia, se consumó su primera gran derrota. Porque mientras el presidente-candidato se sumergía en el duelo de la victoria incompleta, en la incertidumbre de un destino que no pudo sellar, Luisa González se levantó con una certeza innegable: ella, la que “perdió”, es quien ahora marca la agenda. No necesitó gritar fraude ni amenazar con movilizaciones. No recurrió al desvarío argumental de que “los criminales votaron por ella”. No. Simplemente dejó que la realidad hablara: en una segunda vuelta, el momentum no es del que sacó más votos, sino del que se quedó con la narrativa. Y esa narrativa ahora le pertenece. Noboa, en cambio, recién al día siguiente dio una entrevista que fue un espectáculo en sí mismo: un candidato-presidente desorientado, sin temple ni convicción, sin la más mínima claridad sobre qué se juega en abril próximo.

Titubeante, nervioso, incapaz de articular un mensaje de liderazgo. No habló como un presi dente que busca consolidar su gestión, sino como un aspirante que teme perder lo que apenas ha tocado. Si había un objetivo en su aparición, sigue siendo un misterio sin resolver. En cuestión de horas, su discurso pasó del triunfalismo fabricado con encuestas dudosas al relato del fraude y la conspiración.

Un giro torpe y peligroso que, además de ser desmentido por la OEA y la Unión Europea, desnudó su desesperación. Porque, seamos honestos, nadie cree que cuatro millones de ecuatorianos votaron con un arma en la sien. Así que aquí estamos: con un presidente en funciones que no ejerce el control del debate y una candidata opositora que lo dejó fuera de juego con un solo movimiento: aparecer y celebrar.

La segunda vuelta será una batalla, pero una donde el primer golpe ya fue lanzado. Noboa aún tiene tiempo para despertar. Pero si sigue en este letargo discursivo, en este limbo político donde su única certeza es el miedo, en la presidencia que hoy ostenta será solo un breve interludio entre dos eras del correísmo. Si va a pelear, que lo haga con inteligencia. Si va a hablar, que lo haga con propósito. Y si va a temblar, que al menos no lo haga en televisión.

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