“¡Pacheco, la foto!”

RUBÉN DARÍO BUITRÓN/NOTIMERCIO

René Pacheco pertenece a la cuarta generación de  fotógrafos de su familia. 

René Pacheco se sorprende al verme. “Ah -dice-, no sabía que era usted”. Entonces me abraza. Pero yo lo abrazo más fuerte porque sé que estoy frente a una leyenda de la fotografía quiteña: don René Pacheco (conste que yo no uso el “don” con cualquiera).

Me recibe en su casa de Carcelén, en el norte de Quito, mientras el calor azota la ciudad y toca pedir a Katy, su esposa, que no sea malita, que regale un vaso de agua.

Leyenda es René Pacheco. No solo porque es él, uno de los más extraordinarios e icónicos fotógrafos de los viejos tiempos, sino porque pertenece a la cuarta generación de Pachecos que forjaron una leyenda convertida en una frase mítica: “¡Pacheco, la foto”.

La frase la repetíamos todos, en todas partes, en todo acto social, familiar o político. Los Pacheco, alguno de los Pacheco, debían estar ahí con sus pesadas y exactas cámaras para capturar los momentos que nunca más se repiten. Y, como nunca más se repiten, era necesario que alguien, alguno de los Pacheco, estuviera allí haciendo estallar en su obturador un pedazo de memoria.

René tiene 83 años. Está delgado, más de lo usual, quizás porque desde hace cuatro años sufre un problema en la cadera y en el fémur y debe movilizarse con un andador de aluminio color bronce. 

En una esquina de la sala tiene un aparador con vidrios o, si quieren, una vitrina, donde guarda 20 cámaras que expresan su paso por el mundo de las imágenes. Más de 20 cámaras, incluida una miniatura que cabe en la palma de la mano y que, ¡sorpresa!, aún tiene rollo y está lista para hacer fotos. 

Con la Mamiya hizo muchas de las fotos de rincones y de momentos de Quito, del Quito nostálgico en blanco y negro, del Quito de las esquinas coloniales, pero también del Quito rebelde, tumultuoso, politizado, de los tiempos de las huelgas, los paros, las miniguerras civiles que estallaban en la Plaza Grande entre los políticos que no querían dejar el poder y los políticos que morían de gula por llegar a él.

Pero, claro, como todo artista (que es lo que él es), tiene su herramienta preferida: una cámara Mamiya a la cual ama a pesar de que, rebobinando la memoria, es, de cierta manera, culpable de sus males físicos actuales. El peso de la Mamiya que saca de la vitrina es como un consistente trozo de acero que, a diferencia de la más pequeñita, había que cargarla con las dos manos para que no cayera el piso.

Detrás del sofá donde me tocó sentarme hay una fotografía a color (poco usual en el trabajo de René). De unos 50 por 50. Enmarcada. Es la imagen con la que ganó el Premio Mundial de Fotografía de la Unesco. Es un ángulo sorprendente de un patio donde hay casitas con paredes pintadas de azul añil, junto la Iglesia de El Robo, en el centro colonial. Toca ponerle adjetivo: maravillosa y alucinante. Es de esas fotos que me hacen suspirar. Mi Quito bello. El que ya no existe.

El padre de René fue otro aventurero de la fotografía, tan importante y popular que fue el único ecuatoriano que estuvo en los días cuando en Cuba cayó el dictador Fulgencio Batista y llegaron los barbudos con la promesa de que el paraíso era posible. Y aunque no lo fue, Luis Pacheco captó imágenes históricas del primer discurso de Fidel, del triunfal arribo del Che a La Habana luego de su triunfo en Santa Clara. Y así.

René también fue un trotamundos. Acá trabajó con su padre en los estudios fotográficos donde capturaban escenas de parejas felices, familias elegantes, políticos y poetas ilustres y, claro, las tradicionales fotos para la cédula, el pasaporte y otros documentos públicos. Pero, luego, quiso ampliar el mundo y vivió 18 años en Chicago.

Vestido con un jean desgastado, una camisa a cuadros y zapatos tennis con alguna capa de historia en ellos, René Pacheco se esfuerza por recorrer la sala y mostrarme una y otra y otra y otra foto con las que me pone alas para volar por la historia de la ciudad.

Más de 5 mil imágenes tiene. Ahora las publica en su página de Facebook, porque no quiere que el recuerdo de la ciudad y su propio recuerdo se extravíen con el vertiginoso paso del tiempo.

¿Negativos? Más de 20 mil, guardados desde los años 50. Los negativos (hay que contarles a los más jóvenes) eran aquellas cintas larguísimas con filos negros donde se veían las pequeñas fotos que luego irían al cuarto oscuro y a las cubetas y al alambre donde se secaban bajo el único foco rojo que colgaba del centro de la habitación).

Se arrima a una silla para conversar sin preocuparse de su cadera y su fémur dislocados. Mira hacia afuera cuando le pregunto sobre su foto más amada: es la del piloto imbabureño Fernando Madera en la Vuelta a la República. Foto famosa. Madera vuela en su auto. Vuela, literal. Eso se ve, aunque René ríe desde su honestidad: “Cierto es que voló, pero lo que ya no pude captar es que cayó del aire y casi se mata”.

El fotógrafo de Quito es René Pacheco, como lo fueron su abuelo, su padre, su tío y sus hermanos. El fotógrafo sabio que me aconseja, como un padre: “Haga siempre lo que gusta. El que hace eso es feliz, porque nunca trabaja”.