Las bandas criminales que operan en Esmeraldas buscan reclutar a menores de edad para sus filas, pero la valentía de una mujer ha logrado mantener a muchos de ellos lejos de la fantasía que ofrece la violencia.
Xiomara Quiñónez es una afroecuatoriana, de 34 años, oriunda de San Lorenzo, Esmeraldas. Dueña de una gran voz que la llevó a participar en el programa Popstars en el año 2002, de donde nació el grupo femenino Kiruba.
Vive en Quito hace muchos años, pero no olvida sus raíces, su tierra, aquella provincia verde llena de lugares mágicos, frondosos bosques y playas paradisíacas, aunque también abandonada por el Estado.
Pero, a diferencia de los políticos, ella no abandona a su provincia ni a sus comunidades. Esta mujer alta, de labios gruesos, ojos negros y cabello rizado viaja una vez al mes a los cantones Eloy Alfaro y San Lorenzo para dar clases de canto, música, danza y manualidades. Sin embargo, su propósito en particular es rescatar la espiritualidad y cosmovisión ancestral del pueblo afro que se ha perdido con los años.
Conversamos por zoom como única forma de reunirnos después de varios intentos fallidos por concretar una entrevista presencial. Lleva un pañuelo azul en su cabeza, dejando al aire algunas de sus trenzas afros. “Hago voluntariado por mi cuenta desde hace tres años, no formo parte de ninguna fundación o empresa privada”, responde a mi pregunta sobre su servicio social.
Sí, lo hace porque considera que es lo correcto, porque sus paisanos lo necesitan, porque los niños y jóvenes merecen un futuro distinto al que les ofrecen las bandas criminales que operan en la provincia. Sus estudiantes tienen entre cinco y 15 años en el cantón Eloy Alfaro, y de 12 a 18 años en San Lorenzo. A sus alumnos, que suman 80, también les enseña a bordar, coser, a elaborar artesanías para luego venderlas y lograr ingresos. “A mí me han buscado las bandas para ser parte de ellos, profe, pero yo no quiero, quiero aprender con usted”, le dijo uno de sus pequeños.
Xiomara es una artista. Canta, danza, toca la marimba y el bombo. Con sus conocimientos genera paz y no violencia. Todo lo hace con sus propios recursos, pero necesita del apoyo de la empresa pública y privada. Y no habla solo de dinero, sino de talento y educación, de apoyar el turismo local, donar insumos para elaborar las artesanías y comprarlas.
Además, busca que la medicina ancestral sea reconocida por el Ministerio de Salud. Esas prácticas son parte de los saberes y esencia afro. Curar enfermedades y sanar emociones se puede lograr con plantas medicinales es posible, asegura. Pero refuerzan el tratamiento preventivo que también lo enseña a sus grupos de niños y jóvenes.
Ellos aprenden a conectar con sus muertos, con los vivos y con ellos mismos. Su interés es que tengan claro de dónde vienen y a qué se deben, sin distraerse con intereses externos. Por eso, impulsa el turismo medicinal de sanación de tres días en la provincia. Incluye terapias de sanación física y mental, paseos, hospedaje (en la comunidad), transporte y alimentación por USD 150. “Garantizamos la seguridad de las personas. Queremos que se sepan que Esmeraldas es mucho más que violencia y delincuencia”.
Pero en cuatro años solo han realizado tres viajes, aunque está trabajando para lograr más en los próximos meses. Es parte de su esencia, de su voluntad por lograr un pueblo afro reconocido por su calidez, su talento y carisma. Su activismo social continúa con miras a extenderse a otras provincias del país.