ESTEBAN PONCE TARRÉ / PARA NOTIMERCIO
Conocí el talento actoral de Robert De Niro en 1980 con Toro Salvaje, una obra maestra de Martin Scorsese. Mientras otros niños de mi edad estaban fascinados por Rocky, estrenada en 1976, yo quede cautivado por la historia de Scorsese. Rocky exaltaba el honor en las derrotas. En cambio, Toro Salvaje retrataba la autodestrucción y la incapacidad de controlar los impulsos emocionales.
En realidad muchos años después de ver ambas películas, logré reflexionar sobre sus mensajes. A los 9 años, era tan solo un niño que iba al cine cada miércoles con mi abuelo. Él, entre película y película, intentaba enseñarme lecciones de vida. Robert De Niro siempre me ha recordado a mi abuelo. Por esto considero al neoyorquino como un gran maestro de la existencia.
Este año el actor fue galardonado con la Palma de Oro honorífica en Cannes por su trayectoria. Es un premio a la dignidad humana. A través de sus personajes, De Niro denuncia la masculinidad tóxica y la autodestrucción, creando figuras más reales que la vida misma. Mi abuelo supo enseñarme cuán cruel puede ser la vida, pero también me mostró que siempre puede existir espacio para la redención.