Ética fácil: Euforia

Camilo Larrea Oña/ Para Notimercio

La búsqueda del equilibrio, en la era de los excesos, parece ser una quimera. Frente a la imparable aceleración de la vida, la contemplación y el detenimiento resultan casi impensables. Es lo que tiene un sistema que se consume a sí mismo en un perpetuo ciclo de extracción, explotación y multiplicación de necesidades, en el que muchas veces lo que debería ser una denuncia se formula, más bien, como propuesta de negocios.

Ese vértigo constante obliga a permanecer en estado de alerta, pendientes de cualquier imperceptible movimiento casual susceptible de malinterpretarse como provocación o afrenta hacia aquel intenso modo de vida.

Vivir a la defensiva, esperando el siguiente golpe, o irremediablemente condenados a la agresión, para destruir todo lo que intuyamos que pudiera dañarnos, solo puede provocar la aparición de monstruos.

Decía Descartes que ”no existe un alma tan débil que no pueda, con una buena dirección, adquirir un poder absoluto sobre sus pasiones”. Ni desde lo más alto, cuando se alcanza, ni desde el fondo, cuando solo se ha caído, conviene abandonarse a las pasiones inmediatas. Es más útil la paciencia, la capacidad casi extinta de reposar para calcular el siguiente paso, que ha de llegar necesariamente.