Sobre «Adolescencia» y la educación de los chicos en Ecuador

ELKING ARAUJO/PARA NOTIMERCIO

A propósito de la serie «Adolescencia», este cuento real sobre educadores inoperantes. Si la vieron, no lean esto que escribí. Si no la vieron tampoco. Pero si hay gente que ha sufrido violencia escolar y quisiera contactarme, les agradecería que ruede esta historia.

Nuestros adolescentes y nuestros «colegios»

Vi Adolescencia, la miniserie de cuatro capítulos que Netflix estrenó el jueves 15 de marzo. Me gustó el trabajo artístico y técnico que termina desplegando una historia cautivadora. El uso de la toma continua es un acierto que al mismo tiempo que te quita aire, te mantiene sujeto. El guión está escrito con rigor para sugerir más que contar. Estoy de acuerdo con quienes han ponderado el trabajo actoral de Stephen Graham -también como coguionista, donde demuestra también mucho talento. Pero creo que el gran actor de la serie es Owen Cooper, que encarna a Jamie Miller, el adolescente que asesina con siete puñaladas a una compañera de su escuela.

Hay que tener mucho talento innato y gran capacidad de trabajo y disciplina para lograr lo que Cooper consigue a lo largo de los cuatro capítulos y que alcanza su clímax en el capítulo tres: mostrar el espectro de emociones de un adolescente atravesado por múltiples presiones, inseguridades y objetivos. Consigue con mucha convicción mostrarnos el rostro del chico desamparado y tierno para luego pasar a la faz violenta y maligna del asesino poseso. Es un Jekyll y un Hide en cincuenta minutos. Potencialmente cruel, inevitablemente solo con su culpa.

Pero de lo que quiero hablar es del fenómeno que la serie trata de fondo: el acoso. Ver la serie y encontrar patrones de conducta similares en el entorno de nuestro país me estremece. El problema es mundial. La desidia, al parecer, también. Y sin embargo, es más fácil observar cómo la violencia se ha tomado las aulas, que ver la sistemática violencia de la estructura social en la que estamos inmersos. La pandemia nos mostró, en forma de video, por todas las plataformas de las que disponemos hoy, con abrumadora inmediatez, esa cara: murieron en masa los débiles.

En medio de la hecatombe, circularon estas frases: todos estamos en el mismo barco; la salud del otro también es mi competencia; salvamos a todos o no se salva ninguno. No sirvió. Desde el principio, los privilegiados contaron con mejores opciones: de soportar el encierro, de demorar el contagio, de vacunarse primero, de recibir asistencia oportuna, etc.

Esa solo es la punta del enorme iceberg de violencia de nuestra sociedad. En la serie “Adolescencia” se presentan unos pincelazos del síntoma: profesores que no quieren implicarse en la formación de sus estudiantes más allá de lo que el currículo les exige, periodos en que los estudiantes permanecen sin supervisión de adultos, dentro y fuera del aula, ambiente tóxico, sistema educativo obsoleto en el que los estudiantes no encuentran ninguna utilidad, encierro, ausencia de objetivos.

Las formas de educación en general, públicas y privadas, están en crisis. No desde ahora. Pero hoy no soportan más. Significativa es la escena en que, después de una jornada desalentadora, los dos detectives, Bascombe y Frank, se apoyan en un muro bajo para descansar e inician un diálogo reflexivo sobre el sistema educativo. No hay que olvidar: el propio hijo de Bascombe estudia en ese colegio. De condenar lo que ven -este sitio apesta a excremento- pasan a recordar su experiencia. Resulta que tampoco fue mejor.

Me ocurre lo mismo. También en mi época había violencia. Pero no había Instagram. Salías del colegio y te ibas a casa y te olvidabas de tus acosadores, compañeros o profesores. Hoy no. Nunca logras desconectarte de la masa violenta.

Hace meses, reunido con la rectora de una institución tratando un caso comprobado de acoso escolar por la misma institución, denunciado en el distrito educativo y en la Fiscalía -la argucia de algunos colegios para sacarse el problema de encima-, ante mis cuestionamientos, me dijo: ¿Usted está sugiriendo que somos inoperantes? En el colegio de la rectora en cuestión, un docente abusó de, al menos, una estudiante. Al menos un caso de suicidio ocurrió entre los estudiantes. Docentes fueron removidos por un ejercicio profesional antiético. El rector, el abogado, el inspector de secundaria, una psicóloga del DECE también fueron cesados de su cargo. Otros docentes y psicólogos fueron cambiados de puesto dentro de la misma institución. Durante seis meses, ese colegio estuvo intervenido por el Ministerio de Educación.

Yo no les dije inoperantes, por supuesto. Pero la palabra resulta poco adjetivo en ese contexto. Lo que me llama la atención es esa victimización de la rectora operativa. Porque la violencia encuentra auspicio, refugio e impunidad en el interior de las instituciones educativas con el beneplácito de las autoridades de todo nivel, desde los muy eficientes rectores hasta los muy influencers ministros de educación. Pero se victimizan y se refugian en la maraña jurídica de nuestro país para dejar a las familias en la continua indefensión y la injusticia. O acallar con algo de dinero la indignación.

Fuera de eso, nuestros adolescentes continúan en el desamparo. Los que viven violencia y los que la ejercen. Porque son solo efecto de otras causas que los adultos no asumimos ni tratamos. Es que preferimos victimizarnos y preguntar “¿me está diciendo inoperante?”.

Inoperante es un halago, en este contexto, y da muy poca luz, estimada señora rectora.