Anticorreísmo de a perro

Andrés Jaramillo Carrera. El Noti

La dialéctica de Hegel ilustra con meridiana claridad la realidad política ecuatoriana, que aflora especialmente cada vez que el calendario electoral vuelve a girar. Hegel habla de una tesis, una antítesis y una síntesis.

Primero, según el pensador alemán, surge una tesis: un modelo dominante que impone su narrativa y estructura el poder. Este, por lo general, es aceptado por las mayorías. En Ecuador, ese papel lo ocupó el correísmo, con un gobierno que se extendió por 14 años, marcando un punto de quiebre en la historia.

Luego, volviendo a la filosofía hegeliana, irrumpe la antítesis. Un modelo opuesto que cuestiona la tesis inicial y que es lo suficientemente fuerte para permitir el salto cualitativo hacia algo mejor: la síntesis; el cierre de un ciclo para dar paso a otro.

En nuestro caso, la transición entre la tesis y antítesis fue posible gracias a la bisagra que representó el gobierno de Lenin Moreno. Tras alcanzar el poder con el respaldo del correísmo, él le dio la espalda a su movimiento y abrió la escotilla a sus adversarios.

La expectativa era que este giro, esta posibilidad de transición única, generará condiciones para el surgimiento de algo distinto, una evolución política que permitiera un nuevo pacto social. Sin embargo, la antítesis no fue lo suficientemente eficiente para consolidarse en un modelo alternativo. Ni siquiera cuando las figuras que encarnaron ese modelo llegaron al poder.

La seguridad no paró de deteriorase, el desempleo se convirtió en un pesado lastre que no deja de crecer y la obra pública se frenó a raya. Las libertades y la institucionalidad se redujeron a meros placebos. Los organismos de control y la justicia solo cambiaron de manos, pero no de esencia. Cada vez menos personas pueden ejercer sus derechos sociales.

En lugar de una propuesta superadora, emergió un anticorreísmo reactivo, lleno de odio, carente de norte y proyecto, sin conocimiento de la cosa pública, distante de los ciudadanos, lleno de arrogancia. No supo ser una alternativa distinta, sino que se convirtió en una mala copia de lo que criticaba.

Por todo esto es que ahora, incluso quienes antes se autodefinieron como anticorreístas, están lidiando, dudando, por quién votar en la segunda vuelta presidencial. Ningún líder que se auto colocó la camiseta de oposición pudo posicionarse y consolidarse como tal. Lo que hemos tenido es un anticorreísmo de a perro, visceral y carente de estrategia, que no logró ser la síntesis, sino un ensayo de antítesis.

Así, el ciclo dialéctico se invirtió. En vez de evolucionar, la política ecuatoriana permitió lo impensable: el resurgimiento del correísmo y su posible retorno al poder, convirtiéndose así en la antítesis de la que se creía era la verdadera antítesis.

Por eso, cuando ese anticorreísmo entra en campaña, en lugar de restarle fuerza, de arrinconarlo, lo único que consigue es alimentar la llama que pretende apagar. El correísmo existe, en gran medida, por el anticorreísmo.

Esto no debería importar demasiado. Finalmente, y por fortuna, el elector es más diverso. Lo jóvenes, en particular, comienzan a cuestionar y criticar la polarización, la dicotomía; el mundo visto solo en blanco y negro.

Sin embargo, tal como pinta el escenario electoral, donde habrá un resultado estrecho, peliagudo; ese porcentaje anticorreísta será determinante para saber qué clase de antítesis gobernará el Ecuador.