Los medios, alfombras del poder

ANDRÉS JARAMILLO

La prensa y los periodistas tradicionales no supieron responder a los retos de la era digital. Su lugar ahora lo ocupan mercenarios.

La línea editorial de un medio de comunicación era lo que unas gafas de sol de colores para una persona: teñía la realidad con un matiz particular. Filtraba la información y le daba sentido. 

Existían medios de corte económico-liberal, defensores del libre mercado; medios progresistas-sociales, abanderados de los derechos y la justicia social; medios conservadores-tradicionales, del lado de la familia, la religión y la identidad nacional. También estaban los medios investigativos-críticos, los de entretenimiento-cultural, los comunitarios, entre otros.

Era un ecosistema diverso, imperfecto; sí, pero que enriquecía el debate democrático y representaba a diferentes sectores de la sociedad. En otra época la línea editorial era clara para las audiencias, y se expresaba en un espacio bien definido: los artículos de opinión, las columnas, los editoriales. 

Existía una barrera nítida que los separaba de las noticias, de los espacios informativos, donde –al menos en la mayoría de los casos– primaban la imparcialidad y la verificación. A eso se le llamaba periodismo.

Los medios tenían la responsabilidad ética de ser transparentes con sus audiencias y las personas podían elegir libremente qué consumir, dónde y cuándo.

Pero hoy, con la proliferación de canales digitales, la obsesión por el contenido viral, y la posibilidad de conducir las conversaciones a través de la pauta digital, esa frontera entre opinión e información se ha desdibujado hasta volverse irreconocible.

Ya no hay líneas editoriales en el sentido clásico, ligadas a principios o valores sostenidos en el tiempo. Lo que hay son agendas coyunturales que cambian según los intereses económicos del momento y la presión política de turno.

En lugar de medios de comunicación, ahora abundan canales convertidos en alfombras del poder. Se alinean, se pliegan, se arrodillan cuando es necesario. Un día ensalzan, al otro atacan con furia, todo bajo el eufemismo de ser «afines» a un actor político, cuando en realidad son sus empleados, son sus mercenarios. 

Cada vez hay menos periodistas y más creadores de contenido que desprecian la verificación, la contrastación, la contextualización y la profundización. La información ya no se recaba tras un largo y complejo proceso, sino que se cocina como comida chatarra; rápido, a la carta y sin un valor que enriquezca.

Los creadores de contenido vinculados a temas políticos han pasado de ser referentes confiables de la ciudadanía a ser perros de ataque y defensa de quien paga mejor. 

Esto no solo es culpa de ellos. También los medios y periodistas tradicionales tienen responsabilidad. No supieron adaptarse al ecosistema digital ni a las nuevas audiencias, que ya no solo consumen información, sino que la producen, la remezclan y la reinterpretan.

El vacío que dejaron lo llenaron los influencers, los medios creados por agencias de marketing, las redes sociales que se erigen como medios; pero que son cajas de resonancia, los creadores de contenido y los periodistas que se pasaron al lado oscuro de la fuerza.  

Ellos están ganando la batalla y no necesariamente porque sean mejores, sino porque simplemente ocuparon el espacio abandonado. En el periodismo, como en la política, los vacíos son relativos. Siempre hay alguien dispuesto a llenarlos y aprovecharlos, aunque eso implique volverse alfombra.