“NO SENTIMOS ORGULLO DE LO QUE SOMOS”
Es la flamante Premio Nacional de Cultura Eugenio Espejo 2024. La avalan 44 años de bregar por lo que ciertos intelectuales llaman “saberes ancestrales”, concepto que rechaza Estelina Quinatoa Cotacachi (Riobamba, 1953).
¿Por qué no decir “saberes ancestrales”, Estelina?
-Porque es una manera de minimizar lo que fuimos antes de la conquista española. Tuvimos una ciencia y una tecnología muy desarrolladas. Me indigna que llamen “prehistoria” a todo lo que ocurrió antes de Colón, como si antes no hubiera habido nada.
Descendiente directa de la cultura Otavalo (lo de Riobamba fue una circunstancia), de padres textileros, Estelina Quinatoa ha trabajado toda su vida contra corriente, aunque hay dos personas que han sido clave en su labor: el arquitecto Hernán Crespo Toral, primer director del Museo del Banco Central, y Romina Muñoz, exdirectora del Museo Nacional (Muna) y actual ministra de Cultura.
Vestida con traje y accesorios de su cultura, esta incansable mujer defiende nuestro pasado y condena la opresión, la invisibilización, los intentos de borrar nuestra memoria histórica.
-Hay mucho complejo de inferioridad en los ecuatorianos. Cómo puede ser que hablemos de “mejorar la raza” cuando nos casamos con un blanco o rubio, si quienes tenemos el ADN más fuerte entre los humanos somos los indígenas y los afros.
Estelina ha estudiado Derecho, Antropología y Preservación de Bienes Culturales. Es miembro de la Academia Nacional de Historia. Habla español, quichua (lengua materna), inglés y francés. Ha publicado tres libros y centenares de artículos científicos. Tiene tres hijos y seis nietos.
Su padre, Alejandro, nacido en Agato, fue un experto textil y un reconocido maestro en la confección de ponchos. Su madre fue Mercedes Cotacachi. De ella aprendió el valor de la comida tradicional, el trueque, las costumbres más profundas de su identidad. Así se enamoró, desde muy joven, de las asombrosas costumbres de nuestros antepasados.
Sus compañeros y amigos la llaman “la guardiana de la historia”, porque si alguien tiene claro lo que fuimos antes de la llegada de los depredadores europeos, es ella.
No niega el aporte cultural de la conquista, pero hay que ser puntual: los españoles nos robaron todo el oro. Nunca le dieron valor histórico, sino económico. Atropellaron nuestra memoria. Fueron depredadores y huaqueros.
Es memorable conversar con Estelina. Lo que sabe es tanto. Lo que conoce, lo que ha estudiado, la pasión que ha puesto y la vida que ha volcado en estudiar.
Volvamos al tema de la falta de orgullo que, en el fondo, es ignorancia. Por ejemplo, los ecuatorianos no sabemos que el primer grupo humano se asentó en nuestra tierras hace 15 mil años en la zona del Ilaló y que manejaban alta tecnología para tratar la piedra.
Igual hubo sabiduría en la cultura Valdivia, seis mil años atrás.
Eran astrónomos, conocían a la perfección cómo manejar la naturaleza.
Eran unos genios. Hasta ahora, siglo XXI, nadie en el mundo sabe cómo tratar el platino, y ellos ya lo hicieron hace 2 500 años en la Tolita.
-Acá solo valoramos lo de afuera.
Dice mientras confiesa que el desconocimiento la obligó a avanzar y eso es lo que quisiera para los ecuatorianos. Que nos acerquemos a nuestra esencia, que amemos nuestro pasado, que seamos altivos cuando hablamos de lo que fuimos antes de la conquista que pretendió arrasar con nuestra memoria colectiva.
Si tuviera que dar un consejo diría que hay que estudiar, estudiar y estudiar. Porque así como sabemos tanto de tantas cosas foráneas, así (o más) deberíamos saber de nosotros. Hay que visitar los museos, hay que explorar la ciudad, hay que leer, hay que entender que no somos menos que otros, sino más.
No la envanece haber recibido un diploma, una medalla y una pensión vitalicia como parte del Premio Nacional de Cultura que le acaban de entregar.
Por el contrario, lamenta que le queden pocos años de vida para seguir aportando con sus conocimientos.
Ahora está en proceso de jubilación, pero eso no quiere decir que vaya a abandonar sus luchas y sus investigaciones.
Cuando le toque dejar este mundo quisiera tener la certeza de que sus aportes lograron cambiar, al menos en algo, esos complejos de inferioridad que tanto golpean nuestro orgullo y nuestro amor propio.
-No queremos ver las evidencias. Pero aquí están. Debajo de nosotros, a nuestro alrededor. Ahí están latiendo la vida y el pasado, ese pasado que debería hacer que levantemos la cabeza y nos sintamos orgullosos de lo que fuimos.
Rubén Darío Buitrón