Maritza Portero es docente desde 1995. Ella busca que sus clases físicas y virtuales sean un espacio seguro para sus estudiantes, a quienes forma para que sean ciudadanos universales.
Antes de ingresar a un aula de clases yo ya conocía las formas de enseñanza de los profesores. Mientras mis hermanas hacían las tareas de sus escuelas, yo dibujaba, en un cuaderno, palitos y bombitas, pero si estaban fuera de la línea que marcaba el cuaderno o no eran uniformes en tamaño y forma, mi hermana mayor, Maritza Portero, marcaba los errores dibujando un círculo con un esfero de tinta roja.
Mis otras hermanas cuentan que, de niña, su juego preferido era “La escuelita”. Claro, ella era la docente. Acabó la primaria, la secundaria y mientras su papá elegía inscribirle en un taller de corte y confección, su mamá, nuestra mamá, se opuso y sentenció que su primera hija debía estudiar la universidad.
Ingresó a la Facultad de Filosofía de la Universidad Central, se graduó en 1995 y en 2018 obtuvo su maestría en Estados Unidos gracias a una beca del programa Go teacher.
Mientras camina de regreso a su casa desde el Colegio Santiago de Guayaquil, unidad educativa en la que enseña desde 1998, recuerda que la primera vez que estuvo al frente de un grupo de estudiantes fue cuando tenía 18 años. El aula era la casa comunal de La Ecuatoriana, un barrio del sur de Quito. Estaba nerviosa, pero las prácticas que hizo con nosotras, sus ñañas y estudiantes, la entrenaron.
En ese tiempo se ayudaba con una pizarra de tiza y un libro. 34 años después, el tablero de madera se transformó en una pantalla desplegable en la cual proyecta las diapositivas que prepara para dictar sus clases de inglés.
Son las 11:40 suena la sirena que anuncia el cambio de hora en el centro educativo. La teacher, como la llaman sus alumnos, ingresa al aula, saluda en inglés, abre su computadora portátil y proyecta imágenes referentes a la clase del día. Los 34 chicos del tercer año del Bachillerato General Unificado la escuchan y responden a sus preguntas en el idioma extranjero.
La clase dura 40 minutos que “pasan volando”, dice Steven Mejía, por el uso de recursos visuales y auditivos (juegos interactivos, videos) que ayudan en el aprendizaje. El trabajo de la docente no se limita al aula; cuando los chicos vuelven a sus casas tienen la posibilidad de ingresar a una plataforma que ella creó para facilitar la transmisión de conocimientos, acción que cataloga como importante, pero no vital. Para ella lo esencial es hacer de cada estudiante un ciudadano del mundo que promueva la paz y que sea capaz de entender que las diferencias no son razones para generar enfrentamientos.
Es una especie de ‘blog’ en la que ella y sus alumnos interactúan, resuelven inquietudes sobre los tutoriales dictados o las tareas enviadas. Sus clases físicas y virtuales son espacios seguros, donde los errores son bienvenidos, al igual que las preguntas que algunos consideran que no tienen sentido. No hay espacio para el bullying, las opiniones de todos son respetadas y se promueve el trabajo en equipo.
Aprender el verbo to be como base del inglés pasó de moda. Además del blog, la clase también tiene un usuario en la página www.penzu.com, un diario en línea. Ahí los chicos escriben sus anécdotas y las comparten con la docente y sus compañeros. A las 12:20 la sirena vuelve a sonar, y mi ñaña sale presurosa.
Amanda Granda/Notimercio