“RECUPERAR EL PAÍS NOS COSTARÁ SANGRE, SUDOR Y LÁGRIMAS”
Tiene 76 años, pero si no lo confiesa, nadie diría que los tiene. Será por su forma de vestir, por su manera de hablar, por sus formas de tratar a su gente, a sus empleados, a sus interlocutores.
O también por su forma de vestir. Es miércoles en la mañana y aunque el edificio y las oficinas donde me recibe (una de las tantas empresas que dirige) mantienen cierta elegancia minimalista, él, como suele hacerlo siempre, viste informal: lentes de carey con marcos azules, camisa a cuadros, pantalón de drill y zapatos semideportivos de colores cálidos.
Es Roque Sevilla. Apasionado por el país, un hombre que crea empresas, que hace proyectos, que organiza fundaciones, que inventa y reinventa espacios para promover el turismo, la ecología, el respeto a la naturaleza, la educación…
¿La educación? Sí, porque en ella está el quid de lo que pasa y de lo que no pasa en este país al que ama con pasión, pero del que dice, con cierta tristeza, que le falta identidad, que le falta orgullo, que le falta dignidad, que se deja arrebatar su esencia por los ciudadanos corruptos y por las mafias políticas.
Sentados en el único escritorio de una pequeña pero sobria oficina con los muebles y los objetos necesarios, ni más ni menos, este hombre con el pelo rizado, el rostro anguloso y curtido por el sol y los ojos azules vivaces, confiesa que los ecuatorianos hemos sido deshonestos con nuestra realidad.
Hace sus reflexiones, las dice y se queda callado, no a la espera de una nueva pregunta, sino con un gesto de que lo que afirma ojalá no fuera cierto.
¿Qué sería del país si no fuera porque tenemos a una Fiscal valiente que ha decidido limpiar el Ecuador de corruptos y narcotraficantes? Dejamos pasar demasiado tiempo, fuimos complacientes, tolerantes, despistados, incrédulos. He ahí las consecuencias.
Pero, ¿hay una salida? Solo enfrentando los problemas de la manera más franca y transparente.
Luego de un momento despliega su amplia sonrisa e intenta ser optimista. O, quizás, no lo intenta. Es optimista. Pero no de palabra, como somos muchos, sino de acción.
“Muchos sentimos la fragilidad de la vida a consecuencia del COVID. Y cuando salimos del encierro, un grupo de ciudadanos nos reunimos y decidimos que era necesario un cambio profundo de visión: era urgente arreglar la sociedad, arreglar el país”.
Ese grupo decidió proponer una alianza público-privada a la que decidieron llamar Unidos por la Educación. Y no se quedaron en palabras: desde hace dos años vienen armando un proyecto que ya arroja algunos resultados. Son cien empresarios que han logrado construir o reconstruir 220 escuelas en beneficio de unos 40 mil estudiantes.
Pero Roque Sevilla entiende que mejorar la educación en Ecuador no solo se trata de infraestructura. Es cierto, susurra mientras mira hacia la ventana por donde se cuela un rayo de sol. Y lo ratifica: primero tenemos que educar a los profesores. En ellos descansa la responsabilidad de formar a los niños y jóvenes en valores, en principios, en ética.
Sin embargo, tampoco eso será suficiente porque hay, en la esencia de la estructura social, un problema más grave aún: la desnutrición crónica infantil, que sufren más del 25 por ciento de niños en la primera etapa de su crecimiento.
Pero, ¿sabes qué? Me mira, reflexiona. Lo dice: “Los medios de comunicación tampoco es que ayudan mucho. En Ecuador suceden todos los días cosas positivas, no solo tragedias, desgracias, crímenes o escándalos. Pero la mayoría de la prensa parece regodearse en lo negativo, en el sufrimiento, en el dolor. Eso no es hacer patria”.
Cambia su discurso ahora. Porque, justo, quiere dar ejemplo de lo que hay que relievar del país: “Vivimos un país maravilloso. Los miles de turistas extranjeros que he conocido gracias a mis actividades privadas coinciden en que uno de los más grandes valores de los ecuatorianos es nuestra amabilidad, nuestra cordialidad. Sin embargo, nosotros no nos damos cuenta de eso”.
Luego desarrolla su reflexión. Me cuenta que los turistas se van arrastrando los pies porque no quisieran irse nunca más de aquí. Que aplauden la belleza natural del Ecuador, pero también la identidad, la música, la diversidad étnica, la maravilla de nuestra biodiversidad, la calidad de los servicios…”.
Cree que muchos ecuatorianos nos quedamos en el victimismo, en la pena pasillera. Que no sentimos orgullo de nosotros, de nuestras raíces, de nuestros próceres. Que olvidamos la clase de país que somos, con unas islas Galápagos únicas en el planeta, con nuestro liderazgo mundial en la exportación de banano, cacao, camarón y rosas.
Cuando me despido me estrecha la mano con un énfasis especial. Quiere decirme algo para terminar. Y lo verbaliza: “No será fácil cambiar el país. Como dijo Churchill, nos costará sangre, sudor y lágrimas”.
Rubén Darío Buitron