ANDRÉS JARAMILLO / NOTIMERCIO
Los empresarios muestran su preocupación por lo que pueda pasar con el país luego de las elecciones, pero no han tenido el coraje para involucrarse activamente.
Cuando los empresarios honestos, que pagan impuestos, generan empleo y contribuyen al desarrollo del país, se desentienden de la política y las campañas electorales, consciente o inconscientemente, están cediendo el terreno a aquellos que no tienen, ni por asomo, el interés de pensar primero en el país.
La pasividad de estos actores clave no solo es irresponsable, es peligrosa, y deja la puerta abierta a lo peor de la política posible: el dinero sucio, la corrupción y las mafias. No se trata de que los empresarios sean los llamados a salvar el país, pero en la práctica, son los únicos que poseen el poder económico para impulsar una cruzada política electoral transparente.
Son quienes tienen los recursos necesarios para garantizar que las encuestas sean técnicamente fiables, para organizar debates amplios y abiertos, donde los ciudadanos puedan conocer a fondo a los candidatos y sus propuestas. Pueden, incluso, promover candidaturas de manera abierta, sin la necesidad de esconderse. Pero la realidad es otra. Su ausencia en el proceso electoral solo deja espacio para el dinero ilícito de las mafias, que con gusto financian a quienes tienen más probabilidades de llegar al poder.
El problema no es que las mafias estén dispuestas a jugar este juego, sino que el desinterés de los empresarios honestos les permite hacerlo sin encontrar oposición. En lugar de ser una voz de razón y transparencia, los empresarios prefieren mantenerse al margen, en una cómoda posición disfrazada de neutral.
Este desinterés de los empresarios también abre la puerta a la ilegalidad. Cuando las mafias se apoderan del poder, moldean las condiciones políticas y económicas en su favor, a costa del resto de la sociedad.
Se adueñan de los mercados de productos y servicios esenciales, crean redes ilegales que afectan gravemente a la economía formal y destruyen la competitividad empresarial. A su vez, cooptan, acosan o destruyen a quienes se oponen a su agenda, asegurándose de que el sistema siga operando a su favor.
Por supuesto, no se puede obligar a los empresarios a apoyar a un candidato específico o a involucrarse en la política de pital legítimo al servicio de una causa que favorezca el bien común, entonces, ¿quién lo hará? Si son los que tienen los medios, ¿por qué se quedan al margen mientras el país se desangra? manera activa. Sin embargo, su desentendimiento total deja al país a merced de los intereses de las mafias y los monopolios.
Irónicamente, los empresarios se quejan constantemente de la crisis económica, de la corrupción rampante, de la falta de oportunidades, de las deudas que el Gobierno no cubre a los proveedores externos. Pero ¿qué han hecho realmente para cambiarlo en esta coyuntura electoral?
Las campañas, al final, no se ganan con buenas intenciones ni con apoyo moral. Se ganan con dinero, con estrategias claras y con los recursos necesarios para llegar a todos los rincones del país. Si los empresarios no están dispuestos a poner su ca No es de extrañar que, en este contexto, las personas que finalmente se impongan y ganen sean las que tienen la chequera suficiente para comprar un puesto en la presidencia, o los representantes de las mafias.
Muchos empresarios se muestran profundamente preocupados por lo que vendrá. Sin embargo, nunca tuvieron el coraje para involucrarse en el proceso político, ni la visión para pensar primero en el país, incluso cuando tenían los recursos y la capacidad para marcar una diferencia significativa.
En lugar de sentarse a lamentarse por las consecuencias de sus decisiones (o su falta de decisiones), los empresarios deberían ser conscientes de que su desinterés en la política no solo perpetúa el statu quo, sino que lo fortalece. El futuro del país no está en manos de cobardes, de quienes eligen quedarse callados y ausentes, sino en aquellos que deciden involucrarse, arriesgarse y poner en juego incluso su poder económico por el bien común.