Ecuador es un país de gran diversidad, pero el regionalismo ha marcado divisiones en la identidad. He aprendido que la clave para un país unido es reconocer y valorar su pluralidad con respeto y empatía.
MARÍA FERNANDA ÁLVAREZ/PARA NOTIMERCIO
Ecuador es un encanto de diversidad, aunque los ecuatorianos lo configuremos como una maldición. Estamos polarizados desde que nacimos y en la construcción de nuestra historia, que debería ser común, hemos abierto abismos cada vez más grandes e irreconciliables. Así, parecería ser que la identidad ecuatoriana, formada por un maravilloso mosaico de sabores y colores, encuentra en el regionalismo un elemento constitutivo.
Yo conocí el regionalismo a los 17 años, cuando llegué de mi amado Santo Domingo a la capital del Ecuador, el centro de un Estado increíblemente centralizado. Quienes no nacimos en la capital venimos cargados de realidades y experiencias que no se conocen en la Carita de Dios. Vengo del lugar en el que se vive la esencia de esa diversidad llamada Ecuador, por eso veo el regionalismo como algo ajeno. Siempre he pensado que es un privilegio haber nacido en el punto en el que se encuentran los polos de este hermoso país, porque te permite amar como propia la pluralidad que otros rechazan desde su extremo.
Hoy, los libros de texto enseñan en las escuelas que Santo Domingo pertenece a la región costa. Sí, en Quito siempre se ha pensado que es así. La verdad es que yo crecí con etiqueta intercambiable, era de la costa o de la sierra dependiendo de la zona en la que estuviera. Por eso sigo defendiendo y defenderé siempre que somos únicos, y que no se nos puede encasillar en alguna de las regiones. En Santo Domingo, todos tenemos raíces de costa y sierra porque nos formamos por la migración interna de este hermoso Ecuador lleno de contrastes y matices.
Cuando llegué a Quito mi acento se mimetizó casi de inmediato con el acento de mi entorno, porque yo soy la que habla como serrana en mi casa. Aunque soy también la que siente la mitad de sus raíces en Manabí. En la comida de mi abuelita y los dichos de mi mami. En esa historia familiar que es parte de quien soy y que se escribió en tierra manabita. Esa provincia maravillosa que enarbola con orgullo su bandera y sus íconos. Que hoy promete darle reconocimiento internacional a Ecuador por su deliciosa gastronomía, patrimonio no solo de los manabitas, sino de todo el país.
Así como crecí amando Manabí por ser cuna de los pilares de mi vida, crecí también imaginando los paisajes de la serranía en los que mi bis abuela hacía trueque, los colores de los mercados a los que llevaba los productos que bajaba de las montañas, los viajes con los productos de la costa y los encuentros entre esos dos mundos.
Llegar a Quito hace más de 22 años fue pensarme como distinta porque venía de fuera y empezar a entender las diferencias entre la costa y la sierra desde visiones diferentes. Observar que esa riqueza que yo atesoro como la razón de mi ser se puede convertir en conflicto cuando nos afianzamos en nuestros polos. Lo que Ecuador no logra entender es que esa pluralidad es la razón de su riqueza y no debería ser la causa de sus tragedias. A los 17 años empecé a abrazar como un tesoro esa identidad única que refleja la pluralidad del Ecuador.
La unión hace la fuerza dice la sabiduría popular, esa unión no anula las diferencias, pero construye la fortaleza en el respeto y la empatía.