Era previsible que las Fuerzas Armadas terminaran enredadas en un crimen oscuro. El exceso de poder siempre mancha.
RUBÉN DARÍO BUITRÓN/NOTIMERCIO
Querida lectora, querido lector:
Justo hace un año empezó la pesadilla. Luego de un oscuro suceso en las instalaciones del canal público TC Televisión en Guayaquil, cuando un supuesto grupo terrorista asaltó las instalaciones de la estación y mantuvo en vilo al país durante algunos minutos, el presidente Daniel Noboa tomó la decisión de declarar “la guerra” a los Grupos de Delincuencia Organizada (GDOs), muchos de ellos brazos armados del narcotráfico.
Parecía una medida racional, lógica. Frente a un peligro tan grande para la sociedad, era necesario tomar una decisión radical. Y, en esa sintaxis, dar todo el poder a las Fuerzas Armadas para que actúen a su arbitrio y hagan lo que saben hacer (vigilar, rastrear, reprimir, torturar, vejar y matar al enemigo).
Pero esa misma decisión, que ahora la vemos sin fundamento (¿eran terroristas esos adolescentes que sin pertrechos militares asaltaron TC?), provocó que los militares asumieran que podrían actuar con impunidad e irracionalidad frente al aplauso de la mayoría ciudadana que rogaba porque el país recuperara la paz.
El presidente Noboa y los militares parecen ignoran que vivimos en democracia y bajo el imperio de la ley. Y que hay normativas legales y constitucionales que, por sobre cualquier otra consideración, se deben respetar en el marco de la convivencia social y los derechos humanos.
Bienvenidos a la era del abuso del poder.