La experiencia de viaje en los transportes públicos de Quito revela contrastes entre el Metro y la Ecovía. Mientras en el primero prevalecen el orden y la empatía, en el segundo la “viveza criolla” nunca falta.
La experiencia de viaje en los transportes públicos de Quito revela contrastes entre el Metro y la Ecovía. Mientras en el primero prevalecen el orden y la empatía, en el segundo la “viveza criolla” nunca falta.
Viajar en los transportes de Quito es algo cotidiano para mí, especialmente cuando se trata de ir al trabajo. La relación entre los pasajeros, o más bien, la convivencia, ¿existe realmente? Claro que sí. Pero no se trata de convivir, ya sea en el bus, el Trole, los Corredores, la Ecovía o el Metro. Se trata de respetar las normas para evitar problemas con los demás.
Desde la inauguración del Metro de Quito he notado una diferencia en el comportamiento de los pasajeros en comparación con otros medios como la Ecovía; aunque sé que no todas las personas son iguales, en estos transportes se evidencian peleas, robos, aglomeraciones y una enorme falta de empatía, como cuando ocupan los asientos preferenciales y se hacen los desentendidos. En el Metro, en cambio, jamás he visto algo similar, al menos hasta ahora. Uso ambos medios con frecuencia, y la diferencia es evidente.
En la Ecovía me toca vivir de todo, pero lo que más me indigna es la “viveza criolla”: esa actitud de la gente que, con tal de lograr su objetivo, no le importa nada ni nadie. Son las 8:30 de la mañana y estoy por salir de casa. Gonzalo, mi hermano, me acompaña porque tiene un examen en la Universidad, y yo voy al trabajo. Salimos apresurados y subimos corriendo la cuesta que nos lleva al terminal. Logramos tomar el corredor La Joya-Terminal Sur, y por suerte encontramos asientos. El trayecto es corto, y en un abrir y cerrar de ojos llegamos al terminal.
Corremos para alcanzar la Ecovía E1, pero no logramos subir al primero, así que esperamos el siguiente. Al abordar, conseguimos asientos, algo poco común. Poco después, sube una mujer con un niño en brazos, pero nadie en los asientos preferenciales se levanta; mi hermano, sin dudarlo, cede el suyo, a pesar de estar agotado. Más adelante, otra mujer con un bebé sube, y nuevamente mi hermano da su lugar mientras me dice que deje nomás, que yo me quede sentada. Cansada y próxima a bajarme en El Recreo, le digo que tome mi asiento al bajarme. Y así lo hace, aprovecha que se baja también una señora que estaba a mi lado y se sienta al extremo, mi asiento quedó libre.
En ese momento, una mujer de aproximadamente 36 años que estaba parada conversando con su acompañante, un hombre joven, toma el asiento donde estaba yo sentada, a lado de Gonzalo, y le dice: “¡Ey! ¿No sabes que primero son las damas?”. Ella ya estaba sentada, pero quería que mi hermano cediera también el asiento que yo acababa de dejar para su acompañante. Me indignó su actitud. Durante todo el trayecto, se había mostrado cómoda y tranquila, incluso riéndose, sin saber que Gonzalo ya cedió dos asientos por empatía, teniendo los dos de preferencia que estaban ocupados por gente fuera de esa línea. No dije nada para evitar problemas, pero al bajarme se quedó con sus quejas de “estos jóvenes no saben lo que es tratar a damas” aún ya estando sentada.
Al bajar a la parada del Metro en El Recreo, me sentí agotada y con ganas de llorar. ¡Tenía que quedarme ahí! Pensé en esa mujer tan aprovechada y en cómo algunas personas no tienen consideración por los demás y se ocupan de su viveza criolla. Subí al tren con ese nudo en la garganta, porque pensé en Gonzalo y que tal vez la señora siguió con sus quejas, pero apenas ingresé, todo cambió.
En el Metro, todo es diferente. A pesar de la cantidad de personas, el ambiente es tranquilo. Nadie empuja, nadie discute, y quienes ocupan los asientos preferenciales siempre ceden su lugar sin hacerse los desentendidos, claro, a las personas que realmente lo necesitan. Es increíble cómo un cambio de espacio puede transformar la experiencia de viajar.
Cuando llegué a mi parada, sentí una paz que no había sentido antes. Caminando por el parque La Carolina, el viento fresco me ayudó a calmarme. Pensé en la empatía y el respeto, no sólo en el Metro, sino en todos los transportes públicos. Tal vez algún día eso sea una realidad.
Mientras tanto, seguiré prefiriendo el Metro, donde siento que, al menos por un momento, todo está en orden y no existe gente aprovechada.
Notimercio · El periódico de Quito